Azul esperanza
03/04/2017 | María Eugenia Iparragirre

Estos últimos días se han teñido de azul muchos edificios, grupos de personas corrían con camisetas de ese color y así manifestaban su apoyo y adhesión a los mensajes que se trasladaban desde las asociaciones de familiares de personas con autismo.
Debo decir que mi experiencia con el mundo autista la colorearía de verde; de verde esperanza. Y es que la oportunidad que tuve durante los años 2011-2013 de poder compartir y acompañar a Eneko fue todo un canto a la esperanza.
Cuando escolarizaron a Eneko con dos años de edad, sus padres habían observado que algo le ocurría. Esa capacidad y la pronta puesta en contacto con los expertos fue crucial para poder acompañar su proceso educativo, tanto por parte de la familia como por parte de la escuela, de la mano de Gautena . Toda una experiencia, toda una oportunidad.
Ayer escuchaba, precisamente, al psiquiatra Fuentes hablar de que se ha avanzado mucho en los diagnósticos y sobre todo en la premura a l hora de realizarlos; hace un tiempo, el diagnóstico se conseguía en un plazo que giraba en torno a los seis años, y hoy ya podemos hablar de realizarlo cerca de los dos años. También escuché cómo hablaban de que en las aulas se podían establecer relaciones con otros compañeros que pudieran colaborar y ayudar a estos niños y niñas autistas.
En esta colaboración, de verdad no sabría muy bien concluir quién ayuda a quién. Quién aprende y quién enseña. Quién da y quién recibe.
El aula de 25 niñas y niños que yo tenía, entre los que se encontraba Eneko, fue un ejemplo de esa bidireccionalidad. Y cuando digo el aula, me refiero a la comunidad educativa que en ella se generaba: alumnos y alumnas, padres y madres, auxiliares, orientadora, dirección del centro... Todo un lujo haber podido ser tutora de ese aula.
Mi apuesta fue clara por la inclusión cuendo me situaba ante una nueva situación y la analizaba; los pros y los contras no me servían de mucho para tomar la decisión final, siempre prefería probar. Estaba tan convencida de que lo que Eneko tenía por ganar era mucho más que los que se podía perder, que siempre apostaba por ello.
En esta implementación pasamos por todas las fases, por supuesto, pero nada diferente al proceso educativo de cualquier otro niño o niña de esa edad: "cada personita de esas es única e irrepetible".
Siempre defendí la máxima de que aquello que esas personitas "perdieran" de aprendizaje cognitivo por el ritmo "diferente" que el aula llevaba en ocasiones, lo ganaban con creces en valores: solidaridad, aceptación de la diferencia, empatía, respeto y un sinfín de valores, algunos tan poco frecuentes en nuestro día a día.
Y es algo que constatábamos día a día. Cada uno de los avances que observábamos en Eneko era un motivo de alegría para todos los que lo compartíamos, nos sentíamos parte de su proceso educativo. Cuando se integró en la dinámica de los txokos, cuando nos dirigió alguna frase, cuando participó en las sesiones de psicomoticidad, cuando jugó al corro en el patio, cuando participó en el Festival de Navidad, cuando...
Recuerdo cada uno de esos días con tanta alegría como la ilusión que todos poníamos día a día para que las patadas, los enfados y los desconectes fueran los mínimos posibles.
Un reto. Un reto y una oportunidad cada día , todo un regalo!!!!