Ángel de mi guarda, dulce compañía…
01/11/2018 | María Eugenia Iparragirre

Este martes he tenido la fortuna de acudir a un acto que me ha llenado de orgullo por diferentes y especiales motivos. Se trataba del IV Evento Matiazaleak en el transcurso del cual se reconoce a las personas voluntarias que trabajan con Matia Fundazioa.
Por mi labor, me toca acudir a bastantes actos, no siempre en nuestro territorio, por lo que el que fuera en Gipuzkoa, en la sede de Orona, daba a este acto un valor añadido. La labor del voluntariado siempre ha sido, además, una tarea que he admirado. Para completar lo emotivo del acto, en esta ocasión iba como consorte, ya que uno de los reconocimientos era para mi marido.
Matia Fundazioa está haciendo, sin duda, un trabajo muy importante en torno al cuidado, no en vano la sociedad actual demanda esta labor habida cuenta de la cada vez mayor necesidad de atención a las personas mayores. Me pareció muy interesante la reflexión que trasladó la presidenta del Patronato, Mari Carmen Garmendia, en torno a la importancia de cómo se lleva a cabo ese cuidado y de que éste empieza por una misma. Esa conclusión a la que, tal y como explicó, llegamos en edad madura y avanzada, deja atrás el tradicional cliché que asociaba el cuidado personal con el egocentrismo. Debemos cuidarnos por nuestra propia dignidad y por la de quienes nos rodean. Sin duda, eso nos hace sentirnos mucho mejor.
El aforo mayoritariamente femenino me reafirmó en la reflexión de que el cuidado, de uno mismo y de los demás, principalmente ha sido asociado a la mujer. Si ya se veía mal que los hombres se cuidasen de sí mismos, todavía era peor considerado si se trataba de que cuidasen a los demás. Parece que eso solo lo podemos hacer nosotras. Y es que hay hombres que eluden esos quehaceres, lo que conlleva que sean las mujeres las que deban cuidar no solo de los mayores sino también del hombre que tienen a su lado, descuidando éstos, a menudo, el cuidado propio.
Afortunadamente, quienes hacen esta labor valoran, sobre todo, la compensación que a ellos mismos les produce. Me emocionó escuchar a una cuidadora que rechazaba la idea de pensar que cuidaba enfermedades: “Cuidamos vidas; ¿se te ocurre un trabajo mejor?”, retaba. Cuidado, dedicación, empatía, querer entender y acompañar en el proceso de cada una de esas personas me pareció algo grande y con mayúsculas, una labor la de estas auxiliares que unida a la del voluntariado debería ser portada de los periódicos.
Algo de esto sabe Ángel, mi marido, que una vez a la semana saca a pasear a un hombre que, sin familia, está alojado en una residencia. Ángel dice que este último año Josean le ha aportado más a él que lo que haya aportado él a Josean. La directora del centro nos ha trasladado lo que ha supuesto para este hombre la dulce compañía de mi marido; no he podido evitar emocionarme y, por supuesto, sentirme orgullosa.
Saco como conclusión que en el cuidado de las personas hay una relación bilateral: que uno cuida y que el otro quiere ser cuidado, que uno acompaña pero que ambos se enriquecen. Sin embargo, paradójicamente, en este mundo global donde todo parece totalmente accesible, son precisamente las personas las que menos cerca parecemos estar unas de otras. Deberíamos dedicar un poco de nuestro tiempo a los demás, a esas personas mayores que están solas, quieren que alguien les escuche y les acompañe, y quizá este mundo sería mejor.